Después de varios meses de espera y expectación, por fin acudimos a nuestra “sala cinematográfica preferida” a ver el nuevo largometraje animado nacional y segundo de Ricardo Arnaiz: “Nikté”. Se había dicho de todo sobre esta película incluso antes de que se estrenara: que si es mala, que si es buena, que si por fin pondría en alto el nombre de la animación mexicana… en fin, de todo. Nosotros, que nos abstuvimos de opinar sobre la calidad de la cinta porque simple y sencillamente no la habíamos visto, acudimos al cine con la mente abierta y los ojos y oídos listos.
Y, para variar, después de 20 tortuosos minutos de “previos” a la película (a los genios de cierta cadena de cines ahora se les ocurrió combinar anuncios con trailers cinematográficos), por fin la cinta dio inicio. Desde los primeros minutos, nos dimos cuenta de algo innegable: la calidad de la animación ha mejorado muchísimo desde “La leyenda de la Nahuala”. Los movimientos de los personajes son menos mecánicos, más naturales y fluidos; la animación se siente más armónica, en esta ocasión (al menos a primera vista, después habrá que verla con detenimiento) no hay objetos que aparecen y desaparecen de pronto (como en la cinta anterior); los personajes flotan menos y hay una mejor integración de los actores animados con los fondos.
Con respecto a los escenarios, al igual que en “la Nahuala”, cuentan con una buena calidad. Aquellos en los que se reproduce el ambiente selvático (donde se lleva a cabo la mayoría de las escenas) llaman la atención por su belleza y precisión. Cada árbol está diseñado y dibujado con sentido artístico y realismo.
De ahí que los fondos resalten más que los personajes, pues éstos físicamente carecen de fuerza. En una película animada, lo ideal es que, desde su apariencia, el personaje cause una impresión tal en el espectador, que éste sepa de inmediato cómo es la personalidad y tono del personaje. En “Nikté”, este aspecto no está del todo cuidado. Si bien es cierto que los personajes siguen respetando el estilo inconfundible de Ricardo Arnaiz (lo cual es muy plausible), su apariencia no ayuda a que los espectadores desarrollen algún grado de identificación con ellos o se “conecten” emocionalmente y los amen o los odien.
Un ejemplo de lo anterior lo tenemos con el antagonista, K’as: a pesar de que su apariencia física nos avisa que se trata del “malo” de la historia, no hay en su diseño visual un concepto firme que provoque ninguna reacción especial en los espectadores. Es el malo y ya, pero difícilmente será un villano memorable. Lo mismo sucede con Tanké: aunque se trata de un príncipe galán, valiente y atleta exitoso en el juego de pelota, su apariencia física no concuerda con tales rasgos. Sabemos que es el protagonista porque el relato nos lo dice, pero su imagen no pasa de ser la de un simple niño bueno.
En pocas palabras la apariencia física muestra una falta de personalidad, pues no dice mucho de los personajes en sí. Son tan poco impactantes que difícilmente quedarán grabados en la memoria del espectador, sobre todo si tomamos en cuenta que la cinta está dirigida al público infantil para quien la identificación debe ser inmediata.
Pero no sólo el aspecto visual de los personajes presenta deficiencias: su propia personalidad es, para una película de dibujos animados, muy pobre. No hay fuerza en el aspecto psicológico de cada uno de ellos, tal pareciera que cada personaje fue construido sin ser dotado de una vida antes y después, elementos indispensables para la construcción de personajes completos. Por ejemplo, dudamos que alguna niña quiera ser la princesa Nikté, pues la personalidad de ésta es tan débil que no dice nada. Ni en su pose de niña vanidosa e inconforme ni en la de heroína de su pueblo despierta una identificación sólida.
Christopher Vogler menciona que para construir un personaje sólido, el escritor (en este caso guionista) debe responder a dos preguntas:
1. ¿Cuál es la función psicológica o el aspecto de la personalidad que representa?
2. ¿Cuál es su función dramática en la historia?
Algo que no toman en cuenta los guionistas de la animación nacional.
En cuanto a las voces hay varias cosas que comentar, pues también forman parte del aspecto psicológico de los personajes y pueden ser útiles para darle un poco más de fortaleza a un actor animado mal construido o, por el contrario, hacer que un buen personaje decaiga. En este caso, también la sincronización de voces (no es doblaje, pues no se está traduciendo de otro idioma) deja mucho qué desear. La actriz que le presta voz a Nikté (Sherlyn) es plana y sin matices: casi no hay manejo de la voz, a pesar de que el personaje se enfrenta a diversas situaciones. Hubiéramos preferido, como espectadores, que la actriz que dio vida a Dorotea en “La Nahuala”, se hubiera hecho cargo de esta voz, pues su trabajo mostró más presencia y apropiación del personaje.
Algo similar sucede con los demás personajes: el elenco (conformado por algunos excelentes actores) está muy desaprovechado, y esto se debe, seguramente, a la dirección. Eduardo Manzano, por ejemplo (de quien no tenemos ninguna duda de su talento), sigue hablando como el “Wash and wear”, a pesar de que el “Show de los Polivoces” terminó hace más de treinta años. Pedro Armendáriz no está acostumbrado a hacerla de malvado, por lo que su voz se escucha sin la entonación necesaria para imprimir una personalidad adecuada a K’as. Jorge Arvizu, como siempre, lleva a cabo su actuación de manera impecable, pero aparece muy poco. No es posible desaprovechar a alguien de su experiencia en el doblaje de esa manera. Mención aparte merece Alex Lora, quien, con su actuación vocal, hace del Chamán Chaneke un excelente personaje que llama la atención del espectador y le provoca risas cada vez que interviene.
En cuanto a la música, es lamentable que se haya perdido la calidad lograda en “La leyenda de la Nahuala”. En “Nikté” la música (tanto objetiva como subjetiva) no acompaña adecuadamente las acciones y ambientes, ya que hay una mezcla injustificada de estilos y géneros musicales. Por otro lado, las canciones melosas y cursis (recurso ya poco usado en la animación) llegan a ser un fastidio.
Por último, lo que debe ser primordial en toda película: la historia. En “Nikté”, ésta tiene notables inconsistencias: el uso de relatos secundarios o paralelos sirven para conformar un todo e integrarlo a la historia central. En este caso, el relato secundario no está de ninguna manera ligado con el central, es más, si aquel no estuviera no posaría nada, pues al final de cuentas Nikté alcanzaría su objetivo con el uso de otros elementos. Esto trae como consecuencia el empleo de personajes innecesarios, cuya presencia se podría suprimir sin alterar el relato.
La historia es muy floja, predecible, el manejo de los elementos del relato no tiene equilibrio y no se mantiene al público con la expectativa de lo que se sucederá, lo que ocasiona que la película se sienta demasiado larga. Algunos de los diálogos y escenas parecían estar forzadas o ser usadas como relleno. Podríamos quitar algunas de éstas y no se alteraría la historia. Y a un relato no lo rescatan gags escatológicos o albures (el nombre del guajolote, por ejemplo), que nada tienen que ver con la narración (elementos que, por cierto, Animex no acostumbraba a usar).
Aún falta mucho para saber contar una buena historia.
En fin, “Nikté” ofrece avances en el aspecto técnico, pero retrocesos en otros. Se aplaude el esfuerzo de rescatar elementos de nuestra cultura en una producción animada, pero falta más trabajo para hacer productos exportables y que no sólo lleven a once personas a una sala de cine (como nos pasó a nosotros, donde sólo cuatro eran niños y eso que nos encontrábamos en un centro comercial muy visitado).
Por el momento es todo. Hasta la próxima y… ¡Anímense a opinar!