Por María Celeste Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez (Los Anima-Dos, para no perder la costumbre)
Aunque ustedes no lo crean en ocasiones nos da por cavilar sobre diversas cuestiones. Hacemos conjeturas, algunas erróneas como buenos humanos, otras no tanto y pocas acercándose a la realidad. Pensamos una y otra vez sobre ideas, palabras o frases que se nos incrustan en algún momento en la memoria (la guerra, los niños, la esclavitud, el calentamiento global, los políticos mediocres, los deportistas nacionales, la economía, son temas que siempre se nos vienen a la cabeza, pero que en este espacio poco importan).
Hoy es uno de esos días raros en que al no tener nada qué hacer, no nos queda otra que pensar. Hoy hemos pensado en la frase con la que titulamos este breve comentario. La primera vez que la leímos fue hace ya muchos años cuando nos pusimos el traje de investigadores (jóvenes incrédulos en aquel entonces) y decididos echamos raíces, por días, semanas, meses y años, en cualquier biblioteca y hemeroteca de este país, con la mejor y única intención de darle forma a la historia de la animación nacional y poner en las manos de los lectores un buen libro que ameritara no sólo una taza de café sino toda una jarra. Aunque ya más realistas, nos hemos dado cuenta que las editoriales en este país son algo especial: un monstruo malischista difícil de domar. ¡Pero en fin!
Decíamos que hoy pensamos en esa frase escrita hace 74 años por el periodista Jorge Piñó Sandoval, quien señalaba lo siguiente: “lo que producen (los artistas mexicanos) tratándose de humorismo, es excesivamente pobre y ello se debe a que es un producto individual. Resulta imposible que un dibujante haga trabajo técnico de publicidad, confeccione letreros y encima salga airoso con una historieta. Un muñeco de historieta yanqui no es un muñeco: es un tipo humano, un hombre que mal o bien piensa, tiene problemas y como consecuencia de la actuación de esos personajes brota el humorismo. Nuestros historietistas tienen otro sistema: sus muñecos son muñecos, es decir, no están obligados a reflejar la vida, se limitan a una función bufonesca; como bufones, primero buscan un chiste y una vez encontrado, le hacen una antesala de 11 cuadros absolutamente idénticos al grado de que leyendo el final puede uno prescindir de los anteriores. Desde luego, no son nuestros dibujantes los culpables, está de por medio el factor económico: difícilmente una empresa podrá estimular no digamos a 50 hombres, pero ni la décima parte, y como resultado tenemos que la fuente de inspiración que sirve de batuta a los caricaturistas viene a ser la producción yanqui, es decir, se imita en vez de crear. Es muy común, mejor dicho, tradicional, que a las dos semanas de que ha comenzado a publicarse una historieta estadounidense con determinado tema, la veamos reflejada en los pequeños monigotes nacionales que ofrece un diario”.[1]
Pero, ¿qué tienen de interesantes estas letras? En su artículo, titulado “Una sinfonía tonta”, el periodista origina sus palabras a raíz de un comentario de Salvador Pruneda donde habla de la “Sinfonía tonta” que él y su estudio realizarían (se refería a la animación de Don Catarino y su apreciable familia). Su análisis parte de la animación y llega al humor y los historietistas. Desde luego que hay algunos puntos en los que tanto ustedes como nosotros no estemos de acuerdo, y ello conllevaría a una larga discusión (la libertad de prensa es una de las características de nuestro país, y estos gobiernos mochos, y cada quien puede opinar lo que quiera… ¿o no?). Sin embargo, hay ciertos elementos a destacar en el escrito y que a pesar de haber sido publicado en 1934 reflejan algo de la animación en el ámbito nacional y ahora los relacionamos:
El afan de ligar la animación con el concepto de caricatura. Lo que dio pauta al artículo fue la animación y después ésta se convirtió en caricatura e historieta. Es cierto que las disciplinas van ligadas, una es hermana mayor de las otras. La caricatura como tal, dio origen a otras formas de expresión, entre las que se encuentra el comic y la animación, pero cada una con elementos propios que la identifican y por lo tanto que la definen. Unas, formas de expresión escrito-icónicas, plasmadas en papel, otra imagen en movimiento. Quizá algún día le quitemos a la animación esa errónea manera de llamarla y le otorguemos el estatus que tiene dentro del cine como género y no como arte menor. Podemos empezar ya no diciéndole a los niños: “¡Vete a ver las caricaturas!”.
El individualismo del artista que a decir del periodista, no le permitía abarcar todo y salir con las manos en alto en la batalla. A pesar de lo que muchos digan, hoy día sigue habiendo un individualismo notable en el mundo de la animación. Hay estudios, algunos grandes otros pequeños, pero todos aislados de sí. La unión no es algo que se dé mucho entre el mexicano y menos entre los animadores (hay muchos ejemplos en el pasado, y algunos notables en el presente). Se han cancelado proyectos interesantes gracias al individualismo, la falta de unión y de visión de un estudio como un todo, no como un capricho. Además, un animador nacional es difícil que sea buen guionista (hay sus excepciones), productor, director, y que sepa vender, publicitar su creación y distribuirla. Aquí el individualismo nos lleva al todoísmo (uno hace todo), que puede funcionar en algún cortometraje, pero nunca en un largo.“… Sus muñecos son muñecos…”, hace referencia a la carencia de una buena técnica para animar correctamente y darle vida a los personajes que se ven en pantalla y no sólo contemplar muñecos que se mueven. Sí, hay excelentes animadores en el país (eso no hay que discutirlo) pero lamentablemente lo que ha llegado a la pantalla grande no tiene ánima, carece de vida y sólo tiene movimiento. Aquí no estaría de más rescatar las palabras de John Halas: “Las cualidades esenciales de la animación empiezan allá donde terminan las posibilidades expresivas de lo real.”
Y el problema central de la animación… la falta de apoyo económico. Algo con lo que se ha batallado a lo largo de la historia animada nacional y con lo que se sigue luchando. Tal parece que son pocos los que se arriesgan a apoyar al cine animado. Imaginamos que como buenos capitalistas, piensan en para qué apoyar algo que ni siquiera existe.
Y ya por último, hablaremos de la imitación y carencia de historias originales. Aunque aquí en realidad, el problema que se lleva al mundo animado no es tanto la imitación y falta de historias originales, sino más bien la falta de capacidad para estructurar un relato y hacerlo atractivo, interesante. Un relato que logre la identificación del público, que apele a seguir viendo la historia y formar parte de ella. Los relatos de los últimos largos han sido pobres, flojos (no así los de varios cortometrajes). Tal parece que seguimos cojeando en buenos guionistas y pensado que el animador es capaz de hacer todo por sí mismo. Historias originales han estado presentes siempre, y seguirán estando, lo que falta es saber estructurarlas.
En cuanto a la imitación, mientras sigamos alejados de los estereotipos del animé, todo estará bien, mientras los jóvenes entiendan que lo importante no es copiar sino crear originalidad, y aprendan a dibujar a partir de estilos propios no habrá problema
Y como dijimos que estas letras serían breves, creemos que ya debemos llegar al final; quisiéramos profundizar más, pero lo dejaremos para otro extraño lapsus que nos llegue.
Muchos de ustedes no estarán de acuerdo con las letras aquí vertidas, algunos por defender a capa y espada un ideal y otros con justificada razón, pero para eso se puede opinar. No hay nada mejor que despertar polémica y hacer que todos viertan sus puntos de vista. Dejemos el individualismo y compartamos ideas. Además de que debemos seguir apoyando la animación para que siga avanzando y darles a nuestros animadores trabajo y no mandándolo a Argentina.
¡Hasta la próxima y… anímense a opinar!
[1] Piñó Sandoval, Jorge, “Una sinfonía tonta”, en TODO semanario enciclopédico, septiembre 1934, pp. 10-11.
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