Por
María Celeste Vargas Martínez y Daniel Lara Sánchez (Los Anima-Dos)
Hace
algunos días pudimos disfrutar en casa (no sabemos si alguno de los monopolios
de la distribución cinematográfica en México la programó en sus salas) una
película animada fuera de lo común: Pequeñas
voces, producción colombiana del 2012, dirigida por Jairo Eduardo Carrillo
y Óscar Andrade, con guion de los mismos realizadores, que rescata y muestra el
testimonio de varios niños que han sufrido la violencia en ese país a causa de
los conflictos entre el gobierno y la guerrilla.
Cuatro voces, cuatro historias, cuatro
realidades duras y violentas. Si bien no es la primera vez que se cuenta el
horror de un conflicto armado a partir de las voces de los propios infantes que
lo sufren (recordamos, por ejemplo, el excelente documental Promesas, del 2001), ni siquiera en el
campo de la animación (ahí están los diversos cortometrajes de la UNICEF como
la serie Cuentos sin hadas), sí es
una producción que, además de funcionar como documental y denuncia, resulta una
cinta narrativamente atractiva, con un relato bien construido a partir de las
historias que los propios pequeños (Margarita, John, Juan y Pepito) cuentan.
La elaboración técnica de la
película es, por decir lo menos, creativa y atrayente. La combinación de
diversas formas de animación (recorte, animación tradicional y por computadora)
si bien por momentos pareciera no “empatar” del todo, el efecto se justifica
por ser una narración realizada por los propios niños, lo que explica la visión
infantil que los directores quisieron plasmar. De hecho, resulta muy emotivo
que los personajes secundarios sean dibujos realizados por los propios pequeños
narradores, mientras los principales son diseñados y animados por los artistas
animadores. Esta combinación logra provocar sonrisas al espectador, a pesar de
la brutalidad implícita del relato.
Porque eso sí: a pesar de que
escenas como la bomba que le arranca una mano y una pierna a John, el secuestro
del padre de Margarita, la tristeza de los perros de Pepito al ser abandonados
en su hogar mientras su familia parte a Bogotá, el miedo de Juanito a disparar
un arma o ver cómo sus compañeros de escuela son asesinados en combate, provocan un nudo en la garganta o lágrimas
discretas, también podemos contemplar secuencias chuscas que reflejan la
inocencia infantil y arrancan carcajadas a la audiencia.
La película es, entonces, una
metáfora animada del conflicto. Conflicto entre el mundo urbano y rural de ese
país sudamericano; conflicto entre una guerrilla que se dice revolucionaria y
un gobierno que se dice democrático (de hecho, la cinta nunca toma partido); conflicto
entre la inocencia y una realidad que lleva a los niños a madurar a mil por
hora; conflicto entre la risa y el espanto; conflicto entre los recuerdos y el
presente.
Por momentos, esta producción nos
recordó los cortometrajes realizados en México por el artista francés Dominique
Jonard, quien a partir de la técnica de recorte, también ha dado voz a muchos
niños indígenas de nuestro país y les ha llevado a contar sus historias con sus
propias voces. De hecho, algo que nos llamó demasiado la atención es que, uno
de los narradores de Pequeñas voces,
se expresa con una corrección del lenguaje y una claridad de pensamiento que ya
quisieran muchos políticos mexicanos.
Pequeñas
voces ganó diversos premios en su país y en festivales internacionales, muy
merecidos todos. En su momento, se anunció como la primera película colombiana
en 3D. No sabemos con seguridad si el dato es real, pero eso es lo menos importante.
Lo que debe resaltarse de este breve largometraje (si se nos permite la
expresión) es su valentía y su atrevimiento al denunciar la guerra desde la
visión de cuatro niños igual de valientes. También nos lleva a reflexionar: nunca
serán suficientes todos los esfuerzos por recordar que la guerra, no es más que
una situación que nadie, pero menos los pequeños, deberían vivir.
Y por cierto… ¿Algún día la
animación mexicana se atreverá a hacer algo parecido?
Hasta la próxima y... ¡Anímense a opinar!